La vieja generación y su criterio negativo frente a los videojuegos
El prejuicio nos ciega. Lo desconocido nos asusta. Lo distinto, lo que no entra en nuestros cánones sociales, es repudiado. Cuando una persona se viste de tal manera, o aquella otra dice tal o cual cosa, nosotros, la sociedad, tendemos a catalogar y poner en una escala, nuestra escala social.
Ojo, no busco hacer una tesis de lo malos que son los prejuicios ni desentrañar desde que momento histórico datan los mismos, no señor. Como el acérrimo jugador que soy, mediante éstas palabras voy a tratar –ojalá exitosamente- de poner sobre la mesa qué es hoy, 2016, un videojuego y como somos, los que los consumimos. ¿Qué hay de verdad en eso de “los jueguitos te atrofian la cabeza” y en el famoso prejuicio de que el videojugador es un ente asocial y a veces hasta asexual?
¿De dónde sale este conjunto de opiniones, tal vez hace quince o veinte años “bien” fundamentadas? Justamente, de las generaciones pasadas. Hoy podemos acceder a videojuegos desde la comodidad de nuestra computadora, tablet, celular, tirados en el sillón del living en casa con la Play. Durante los 80 y parte de los 90, el videojuego era furor en su estado más rústico: la recreativa, o fichín, como se lo conoce en mi país natal, Argentina.
El negocio de los fichines o Arcades siempre estuvo visto como algo malo. El hijo o nieto que se iba a pasar la tarde a esos claustros en realidad no iba a otra cosa más que drogarse, perder billetes que en realidad estaban destinados para que comiese algo en el colegio, en romperse la cabeza con esos aparatos del demonio que solo sirven para destruir neuronas, y hasta a veces, robar si era necesario con tal de jugar una peleíta más al Street Fighter. El que iba a los fichines era un mal viviente.
En este aspecto no tengo mucho que objetar, teniendo en cuenta que un nacido en el 94 como yo llegó a vivir apenas los últimos tiempos de gloria de las recreativas. Y a fin de cuentas, drogadictos y ladrones hay en todas las escalas sociales.
El hecho es que esa idiosincrasia fue mutando. Con el paso del tiempo las recreativas se fueron desplazando para dejar lugar a las que ahora conocemos como consolas de sobremesa y la idea de que el ladrón, drogadicto y poco cerebral videojugador se encontraba en una sala de fichines, pasó a convertirse en algo peor: ese conjunto de actividades burdas y tan de la nueva generación se transportó al hogar, pasó a convertirse en algo como viviendo con el enemigo.
Y desde la primera gran explosión de las consolas de sobremesa, allá por los 80, hasta hoy, ¿Qué pasa? ¿El jugador sigue siendo un conjunto de costumbres y actividades poco destacables? Si bien hoy jugar videojuegos no es una actividad que lleve a delinquir, todo lo contrario, requiere de un poder adquisitivo de regular para arriba, y las drogas no molestan al prójimo siempre y cuando uno las consuma dentro de su casa –justamente, el videojuego se transportó de lugares públicos a los hogares- queda uno de los soportes de esta trifecta del mal vivir dando vueltas: la poca capacidad cerebral y social del joven jugador.
En simples palabras: la persona que tiene una consola, cualquiera sea, y la usa para jugar a cualquier cosa que no sea FIFA o PES, es siempre gordito, con granos y sin relaciones sociales ni sexuales, porque sí, porque el modelo standard de videojugador no es más que una persona vacía que solo sabe estar encerrado pegado al mando, capaz de no ver la luz solar durante meses, que necesita de una segunda vida ficticia plasmada en las diferentes historias que juega a diario frente a la pantalla para poder “olvidar” su triste y lúgubre vida.
Y lo verdaderamente triste es que estas ideas fomentadas por las generaciones pasadas, que en su mayoría tienden a creer que lo anterior siempre fue mejor, que no están abiertos a los cambios, sigan vigentes. Que la sociedad no sepa abrir su mente –en todos los aspectos, no solo en el plano de lo tecnológico- y pueda ver más allá. Que no podamos darnos cuenta que ver una película o leer un libro puede enriquecer la mente de la misma manera en la que puede un videojuego, eso es triste. Y enriquecer la mente, muchas veces sirve para socializar, para conocer personas. ¿o es lo mismo mantener un diálogo con alguien que gusta de leer, a mantenerlo con una persona que a duras penas sabe mínimas reglas gramaticales?
No poder entender que jugar videojuegos no es “tirar tiritos” y ya. Que uno puede llegar a mimetizarse con un personaje, que puede aprender teniendo un joystick en la mano, hasta transportarse a diferentes lugares, si la ambientación está lograda.
Los videojuegos ya no son lo que usted, señor o señora nacidos en los 60, cree. El avance tecnológico puede ser un arma de doble filo, y puede ser empleado muchas veces de manera poco ética. Sí, es verdad. También un cuchillo puede ser empleado para cortar un pedazo de carne o para apuñalar a una persona. ¿Y? ¿Va a dejar de usar cuchillos porque también sirven para hacer el mal?
El concepto de jugador a cambiado la sociedad a cambiado en mis tiempos yo si viví los 90 a plenitud yo si se lo que es ir a los arcades (maquinistas en mk pais), y vivir todo lo que te contaron desde que solo vagos y drogadictos que lo peror están ahí, de robar para seguir jugando (el gabetazo a tus padres), pero ahora es parte ya de la vida puedes ver a padres que juegan con sus hijos que miran el fifa y se ponen a jugar (detestó el fifa) ya no existe esa percepción negativa de los jugadores y de los video juegos que si había en los 80 y 90.
Exacto! A eso apunta el texto. La manera en que esa idealización del videojugador (que puede ser verdadera, o falsa, no todo jugador necesariamente fue ladrón o adicto) mutó en lo que es ahora, que es una idealización más “ridícula” si se quiere, del jugador. Al menos en Argentina, se nos ve así.
¡Muchas gracias por tu comentario David!